
Desde la antigüedad, la idea de extender en altura las construcciones ha tenido, en los distintos pueblos, vinculaciones míticas y emblemáticas: a este respecto, la torre de Babel es el más ilustre antepasado de los rascacielos. Desde la prehistoria, en efecto, el hombre atribuyó un significado ritual y simbólico a elementos naturales de notable altura, como cumbres montañosas, árboles seculares, rocas, peñascos aislados. En la antigüedad, en el medievo, en el Renacimiento no había ninguna ciudad que no tuviera una torre, un alto campanario o una aguja gótica.
El mito del edificio alto, que se eleva sobre los techos de las casas de la ciudad, suele tener casi” siempre su preciso lugar de ubicación en el centro del núcleo habitado. Así, es posible comprobar que la torre, el castillo, la aguja, la catedral, acaban coincidiendo por lo general con el corazón mismo del centro urbano, lo que sin duda tiene un significado que está en estrecha conexión con la religión, con el poder político y, en definitiva, con cualquier forma de filosofía de la vida.
